APRENDIZAJES
Me cuenta Marcio Veloz Maggiolo en su libro Vida y Cultura en la Prehistoria de Santo Domingo, editado por la Universidad Central del Este en 1980, que cuando Pedro Henriquez Ureña publicó un artículo titulado El enigma del aje en el año de 1938, en la Revista Argentina de Agronomía, Tomo V, logró el más preciso cúmulo de informaciones sobre los cultivos básicos de los aborígenes antillanos, usando como fuente el diario del Almirante y una carta que le escribiera Alvarez Chanca a los reyes católicos. La importancia de esa publicación radica en que Cristóbal Colón le llamó aje a todo tipo de tubérculo que emergía y que era aprovechado como alimento por los aborígenes. Por esa razón, nombró como pan de aje al que se elaboraba con el ñame y posteriormente al mismo que procedía de la yuca. Treinta años más tarde, algunos cronistas empezaron a describir el aje como "de raíces blandas, como nuestros nabos en tamaño y forma pero de gusto dulce, parecidas a castañas tierna